El sonido de los tambores de “guerra” se escuchó en la zona sur de Cuernavaca. “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas” se dejó sentir una vez más.
La marcha del 8M cambió de lugar pero no de intención. Cientos de mujeres ataviadas de negro, como si se tratara de un velorio masivo, con distintivos morados, rosas o lilas.
La banda de Guamazo dio la señal, el humo y el olor a marihuana que emanaba del sahumador hizo espeso el ambiente bajo el sol abrasador de las 2 de la tarde.
En el primer bloque, víctimas y familiares de víctimas. Lupita, Liliana, Rocío, Lucero. Cientos de nombres expresados a lo largo de la marcha del Día Internacional de la Mujer, que este año partió de la glorieta niño artillero, en Las Palmas, hacia la Plaza de Armas.
Una larga manta con los rostros y nombres de aquellas que ya no están pero que son nombradas, recordadas, buscadas, amadas, por familiares y amigos. Niñas, niños, abuelas, madres, padres, parejas, portaban pancartas y leyendas. “Hoy marchó con ella para no marchar por ella”, citaba una de ellas.
Luego, el bloque de deudores alimentarios donde las propias madres expusieron nombres, posibles lugares de trabajo y residencia del que engendró pero se olvidó de querer y mantener a su descendencia.
Atrás, todas las demás. Estudiantes, artistas, amigas, hermanas.De pronto, el bloque negro golpeó con marros la fachada del colegio Palmer, ignorando totalmente las instalaciones de la Secretaría de Turismo estatal; pintarrajeó la fachada y denunció que las autoridades del plantel protegen a presuntos acosadores.
Unos pasos más adelante, las mismas disidentes pintaron en la barda del Diario de Morelos “vivas los queremos”. Aescaso un kilómetro, en las oficinas del Sapac y en la fachada de algún local, las mismas leyendas, la misma demanda.
El paso fue lento, cuesta arriba, con alguna parada ocasional debido a que alguien desmayó por el calor y el esfuerzo, pero el paso se reanudó a los pocos minutos.Cuando el grupo llegó a Catedral, sumaba ya unas 5 mil almas, quizá más.
La mirada severa de las religiosas asomadas desde un segundo piso se clavó en las piernas o en los torsos desnudos y más de una función la cara cuando escuchó la consigna “verga violadora, a la licuadora”.
En la marcha no faltaron los buenos samaritanos como la gente del museo de la ciudad o del restaurante casa Hidalgo, donde hubo agua simple o de jamaica sin distingo, con mucho hielo para mitigar la inclemencia del calor.
Cuando todo el bloque tomó la calle de Hidalgo, parecía más una fiesta multicolor que una marcha de protesta, la diversidad se hizo presente una vez más pero con una sola exigencia: una vida libre de violencia, justicia para las víctimas.
Parte del bloque se dividió entonces en dos, la primera mitad se dirigió hacia las instalaciones del Tribunal Superior de Justicia, tapiado pero de color lila para mostrar “sororidad” pero total desconfianza de los ataques. “Quisiera ser monumento para que las autoridades me protejan” se leía una y otra y otra vez en las pancartas.
El bloque negro de nueva cuenta atacó, golpeó las maderas, pintó consignas y fueron las instalaciones del Tribunal Federal las que sufrieron las consecuencias, toda la fachada de cristal la hicieron añicos.
La otra mitad empezó a tomar la Plaza de Armas donde se buscó a toda Costa cuidar el Memorial de Víctimas, por lo que el escenario fue colocado hacia la mitad de la plaza pero en uno de los costados.
Gritos, mujeres corriendo y algunos objetos volaron por el aire mientras una de las organizadoras llamó al orden, los cientos de mujeres que ya habían tomado la plaza gritaron al unísono “esas morras sí me representan” mientras el bloque negro quitaba violentamente las vallas, rompía vidrios y pintaba toda la fachada del Palacio de Gobierno, con excepción del Memorial.
Vinieron entonces los posicionamientos, el llamado a los tres niveles de gobierno por la deficiencia, la indolencia y la corrupción con la que han actuado las y los actores políticos, que no han garantizado en años, en décadas que las mujeres verdaderamente vivamos una vida libre de violencia.
Después el llanto y el grito de “no estás sola” cuando, una a una, varias mujeres compartieron testimonios dolorosos de vida, “ya no tengo miedo, si un día desaparezco quémenlo todo”, expresó una mientras todas las presentes gritaban al unísono.